viernes, 20 de febrero de 2009

SALTANDO EN EL POLVO DE LA LUNA




¿Quién no ha soñado alguna vez que vuela?



Sobre concreto firme me encuentro en el centro de la calle, llena de casas y edificios, en silueta blanca, cabello largo, suelto, lacio y negro. Camino descalza y escucho, detrás de mí, un murmullo de gritos de campesinos, listos a iniciar la persecución, con todo tipo de armas propias de su labor.


Mis sentidos se ponen alerta; comienzo a correr e intento impulsarme, salto inútilmente porque sigo en mi lugar, mis pies no se despegan del suelo; lo intento de nuevo con una fuerza que una saca de la angustia y, por fin, me elevo unos segundos alargando el último paso sin resultados, regreso al piso con mi carrera.


Voy de nuevo con desesperación en insistencia y… ¡bien! He logrado la ligereza para volar; estoy tomado altura justo cuando a mis pies la gente con rabia continua la persecución y tratan de aferrarse a mis extremidades bajas.

Vuelvo a caer, y esta vez mi impulso me hace saltar repetidas ocasiones sobre los techos de las casas en un intento de escape interminable; a mi paso: patios, mujeres en pijama; riéndome, ahora sí, de mi hazaña, divertidamente asustada por escapar de la gente que sale a mi encuentro por todas partes que me estaciono.


De una noche oscura y llena de gente mi día se sitúa en una de esas casas en las que caigo repentinamente. El lugar es familiar, guarda parecido con una casa en la que llegamos a vivir con mi madre. A pesar de dudar de los rostros conocidos, donde el tiempo no parece pasar por ellos, gente y casa no son los mismos. Concentré mi mirada en aquella edificación de un estilo afrancesado, como castillo abandonado, sobre el cual, el sol del atardecer torna los muros de un tono amarillento y rosado (se está derrumbando) Continué volando en círculo sobre la visión, para examinarla porque algo estaba pasando: hombres vestidos de negro, pálidos, hermosos, salían de los muros de la que alguna vez fuera mi casa. Me acerqué con mucha precaución, intenté aterrizar fallidamente: “no tengo experiencia en esto de los aterrizajes”, pensé con un profundo dolor por la evidencia de verme estampada contra la pared de cantera cálida y obscura en sus bordes.


El sol se ocultaba, y como pude me trasladé a una pradera alta y desértica, con cañones deslavados, formando unas largas fallas profundas, delgadas. Estaba cansada, y decidí parar, bajar a descansar: “con cuidado, cuidado… ¡listo!” logré ponerme en pie con un ligero zarandeo. Toqué tierra gris, brillante con el planeta tierra como paisaje, estaba en lugar de la luna.



Fatigada, me recuesto sobre ese polvo como de talco; junto a mí, un pequeño radio rojo, era el único objeto que resaltaba porque la perspectiva era en tonalidades grisáceas. Las noticias dicen que los planetas colapsarán provocando una ligera lluvia de estrellas, previniendo que la humanidad jamás apreciará un espectáculo igual en cientos de años.


Escuché, de pronto, un sonido potente que venía de menor a mayor, eran silbidos y aire combinados de una enorme luna que me dejó ver sus cráteres, sobras y luz impropias. Una especie de presentimiento me hizo voltear para presenciar la experiencia más asombrosa y deseada de mí vida: ver pasar a Venus tan azul y fluorescente, virando brillantes añiles, claros, casi blancos. Como un sonido laser, se acerca ante mis ojos el poderoso, imponente y asombroso Júpiter… el silencio devino de un suspiro profundo evocado del término de esa maravillosa visión con la suspensión, frente mí, de ese planeta y su ojo obscuro.

2 comentarios:

dantealejandro dijo...

Qué tal, Istlalick. Buenos relatos. Saludos.

rubenspinosa dijo...

..yo me quedo con la imagen.